Cuando yo era pequeña solía cantar,
como el tonto ese que se suvía a las farolas cuando llovía.
Cantaba cuando mi padre se enfadava conmigo y me llamaba mala hija.
Cantaba cuando mi abuela se empeñaba en que me tomara la leche cortada del desayuno...
Hasta que un día me cansé,
de cantar.
Y de repente, empecé a escupir veneno por la boca.
La gente se alejaba de mi.
Decían que les recordaba a la niña del exorcista.
Así que fuy a ver al cura, le pregunté si aquello era normal.
Me aconsejó rezar fervientemente a Dios.
Pero cuanto más rezaba más dolor sentía.
Un día amanecí en Torribera hasta el culo de risperdal.
Conocí un montón de gente,
diferente.
Que también iban hasta el culo de risperdal.
Que también habían sentido dolor al rezar a Dios.
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